domingo, 22 de mayo de 2011

c a m b i a r

Todos callamos cosas. Siempre. Creo que se avecinan tiempos de cambios. No me asustan, los espero ansiosamente, porque los últimos meses no han tenido mucho de especiales. Es bueno pararse a pensar qué es lo que no te gusta de tu vida e intentar cambiarlo, porque nadie como uno mismo sabe lo que le conviene.

Cuánto más cambian las cosas, más siguen igual. Cuánto más conozco a las personas, más me doy cuenta de que todos tenemos ese defecto. Quedarnos exactamente igual todo el tiempo que sea posible, quedarnos sin muebles te hace sentir mejor, y si sufres, al menos el dolor es familiar. Porque si sigues esa brizna de esperanza, sales de tu cueva, haces algo inesperado, quién sabe qué otras angustias puede haber fuera. Podría ser aún peor. Eliges el camino que ya conoces y no parece tan malo. No en cuanto a los defectos, no eres un drogadicto, no has matado a nadie, excepto puede que a ti mismo. Cuando finalmente cambiamos, no creo que sea un terremoto o una explosión, no creo que de repente seamos otra persona. Creo que es más sutil. Algo que la mayoría de la gente no nota, a menos que se fije muchísimo, lo cual, gracias a Dios nunca hace. Pero tú lo notas. En tu interior ese cambio es todo un mundo y esperas que esa sea la personas que vas a ser para siempre. No tener que volver a cambiar nunca.

Qué cierto es eso de que uno nota el cambio por dentro. Se trata de una pequeñez. A veces se cambia por alguna circunstancia de la vida en la que nos vemos inmersos, sin querer; otras porque no somos felices y nos damos cuenta de que eso sólo depende de nosotros y tenemos que hacer algo; en ocasiones se necesita cambiar para descubrir otras cosas de la vida...

No sé qué es lo que ha pasado por mi mente últimamente que me ha hecho fijar cambios pero... me siento con ánimo de llevarlos a cabo y no puedo hacer otra cosa si no alegrarme. Había perdido el rumbo. Bueno, dos rumbos también. Así que cambiar para mejor, no será malo, ¿verdad?

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