martes, 24 de agosto de 2010

¿Porqué nos cuesta tanto entendernos?

Será porque simplemente hay aspectos de nuestras vidas que simple y llanamente a ellos les tiene sin cuidado y no les importa ni un pepino, lo que hace que en determinados momentos –justo cuando es nuestro turno al micrófono y estamos dando una charla más en la conferencia de nuestras vidas- ellos desarrollen una suerte de sordera selectiva. ¿Qué será, qué será? Esto va mucho más allá de esa teoría que reza que cuando una mujer dice sí significa que no, y viceversa. Si eso fuera cierto, entonces no habría tanto problema: invertir el significado de ambas palabras suena como tarea sencilla, ¿cierto? Esto es más complejo y complicado, porque hay veces en las que nuestros códigos de lenguaje hacen cortocircuito y terminamos envueltos en una escena sacada de la Torre de Babel. Nadie entiende nada. O mejor dicho, en nuestro caso el problema es que, al parecer, él no comprende ni una palabra de lo que le estás diciendo y, en consecuencia, no asimila nada. Todo le entra por un oído o le sale por el otro sin dejar rastro. ¿Alguna vez has tenido la sensación de estar hablándole a la pared cuando en realidad tienes al frente a una persona de carne y hueso? ¿O de estar poniendo todo tu esfuerzo y paciencia en tratar de explicarle a alguien lo que sientes o piensas y que a esta persona ni le va ni le viene, simplemente no te entiende? ¡Qué frustrante! “¡Noc, noc! ¿Hay alguien ahí? ¿y no tienes nada que decirmeeeee?”. Aunque ahora que lo pienso, quizás el pobre muchacho realmente no logra entender nuestro punto de vista y no es que se esté esforzando por sacarnos de quicio. Además, creo que es peor cuando hace la finta que te está escuchando y te deja hablar, hablar y hablar durante vaaaarios minutos, cuando en realidad está con la cabeza en otra parte o en otra cosa. Al final, le preguntas qué opina sobre papas y ¡te responde sobre tomates! ¡Qué iluso! ¿Acaso cree que vas a volver a gastar saliva en explicarle toooodo el rollo de nuevo?. “Nada, olvídalo. Ya fue”, refunfuñas. ¿Cuál es problema? A ver, quién se anima a responder la pregunta del millón: ¿por qué nos cuesta tanto entendernos?

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