Siempre he escuchado, y seguro ustedes también, la popular expresión: “un clavo saca a otro clavo”. Por lo general, esta frase sale de la boca de tus buenas amigas, de tu mejor amigo, de tu mamá o quizás hasta de tu abuelita justo cuando acabas de salir expectorada de una relación. En ese momento vemos de pronto la luz y, en menos de un minuto, nos secamos los lagrimones, nos limpiamos los mocos por octagésima vez y reemplazamos la tortuosa imagen del que nos dejó por un rápido recuento mental de quién podría ser ese clavito que nos salve del desamparo emocional. Yo lo he hecho, pero ¿sirve en realidad este supuesto oasis para rescatarnos de esta nueva y antipática soledad?
¿Le hacemos caso a esa tentadora vocecita interior o la mandamos por un tubo?
¡Fulanito, mi ex! –pensamos con un brillo que se enciende de nuevo en los ojos. Claro. Eso es lo primero que se nos viene a la mente. Los ex. Están para eso, creemos; más aún si en su época nos hicieron daño. Llegó el momento de la revancha, del payback. Total, me lo debe, pensamos con absoluta seguridad de que eso es la pura verdad (o una buena autoexcusa).
No podía quitar de mi cabeza aquellas veces en las que yo había hecho exactamente lo mismo: tomar a los ex como una pastilla contra el dolor. ¿Tratar de reemplazar al chico que aún quieres por otro tiene realmente ese efecto de poción mágica? No lo creo, y si en algún momento surtió efecto, fue parcial, temporal e incluso, casi letal.
Primer punto. ¿A quienes buscamos para convertirlos en el clavo que sacará a ese que nos quema dentro? A los ex, ya lo dije. Nuestros ex, los que todavía nos quieren ver la cara o los que se mueren por volver a vernos, estarán dispuestos a ser nuestra nueva compañía en el infeliz trance. ¿Por qué los buscamos? Fácil. Les tenemos confianza, ya los conocemos. No son ningún territorio nuevo, y quizás oscuro, en el que debamos tantear. Son cómodos como un colchón Paraíso. Y ellos también nos conocen, saben de sobra quiénes somos. Con los ex además existe el clásico chaleco anti reproches de terceros y los de nuestras propias conciencias. Decimos con toda la frescura de pepinillo recién cortado: “es mi ex, no es cualquiera”, y así no nos sentiremos mal por tener una aventurita que nos dope un poco de la soledad.
Sin embargo, no puedo dejar de un lado lo maquiavélico del asunto. Sin tratar de ser moralista sino realista estamos utilizando a una persona deliberadamente para olvidar a otra. Aquí corremos el riesgo de tener un trío de a dos (el tercero es el fantasma de quien aún queremos). Definitivamente la resabida teoría del clavo depende de los tres componentes en cuestión: el clavo que tratamos de quitar, el nuevo clavo, y nosotros. Bienvenidos al Triángulo de las Bermudas. ¿Quién saldrá herido? Nadie lo sabe. Lo más probable es que seamos nosotros mismos. Hay que tomar precauciones para sobrevivir.
Yo he estado los dos lados de la moneda, y más de una vez. Solo puedo decir que los únicos que siempre estuvieron haciendo su vida felices de la vida son los clavos número uno, a quienes inútilmente traté de remover con un martillo usado, simplemente porque ellos estaban lejos de esa escena, fuera de mi vida.
Si vemos las cosas desde este ángulo y nos damos cuenta de vamos a tener que olvidar sí o sí, al otro, ¿no sería mejor hacerlo sin internarnos en paraísos artificiales? Sí, a veces necesitamos de cierta ayuda. Queremos cariño, necesitamos consuelo, buscamos refugio. Es normal, y también temporal.
He comprobado que todo depende del tipo, tamaño y clase de clavo que busquemos o nos encontremos por ahí, como también del tipo de relación que estemos dejando atrás.
Como dicen los Pixies: “Here comes your man” (“Ahí viene tu chico”), pero no importa cómo, ni cuándo. Solo importa esperarlo como se debe. Recontra templados, pero de nosotros mismos.
Sena cursi, pero se siente bien.